Maternidad, diseño centrado en los animales y la arbitrariedad del mundo adulto

Inicialmente publicado el 16 de Septiembre, 2024 (https://www.ph-auna.com)

Mi hijo acaba de cumplir 14 meses. Camina, corre, se agacha, gira, alcanza, toca, jala y lanza… ya te haces una idea. Está aprendiendo a moverse y explorando todo a su paso.

¿Qué significa esto para mí? Varias cosas. Primero, que tengo que estar en alerta constante, porque unos segundos de distracción pueden llevar a —digámoslo así — situaciones bastante interesantes. Segundo, que me sorprendo cada día al verlo practicar y dominar ciertos movimientos, como tomar una cremallera con precisión o correr cuesta arriba y abajo en una pequeña loma. Tercero, y lo que motivó esta reflexión: lo difícil que puede ser explicar el “por qué” detrás de lo arbitrario del mundo adulto.

La primera palabra de mi hijo fue “gol”, refiriéndose a una pelota. Ahora, todos los objetos esféricos son “goles”. Y cuando digo todos, me refiero a melones, pelotas reales, círculos en una hoja… En esencia, tiene razón al crear esta categoría y usarla para organizar lo que ve. El reto aparece al explicarle cuáles “goles” son pelotas con las que puede jugar (patear, por ejemplo), cuáles puede tocar pero no patear (como una ciruela) y cuáles, aunque tengan forma parecida, no debería tocar en absoluto (como los adornos).

Esto me recordó a mis años entrenando perros de servicio, en particular cuando les enseñábamos a traer objetos como cucharas de madera o varillas, pero al mismo tiempo esperábamos que ignoraran los palos al salir de paseo (Uno no quiere que un perro de asistencia salte por un palo y ponga en riesgo a la persona que acompaña). En ese entonces, quizás porque era mi primera experiencia trabajando con animales, me frustraba un poco. Para mí la diferencia era clara: las cucharas y varillas estaban en la sala de entrenamiento donde aprendíamos, y el paseo era solo para caminar. ¿Por qué el cachorro que estaba entrenando no podía entenderlo?

Pero esa no era la pregunta adecuada. Una mejor sería: ¿por qué debería entenderlo? Él estaba aprendiendo a traer objetos de madera, y los palos también son de madera. De hecho, estaba aprendiendo muy bien. Pero para mí, esos objetos existían en contextos distintos: unos eran aceptables, otros no. ¿Por qué?

Una década después, me encuentro en una situación parecida al intentar explicarle a mi hijo los distintos tipos de “goles”. En la sala de la casa de mi padre hay un globo terráqueo de alambre del tamaño de una pelota de baloncesto. Desde que mi hijo alcanzó a verlo, se para frente al estante, señala y dice “gol”. Quiere que se lo baje, pero no puedo, porque no es una pelota de verdad. Es un objeto decorativo: se mira, rara vez se toca y nunca se lanza. ¿Cómo le explico eso? Más difícil aún es que en esa misma sala hay pelotas reales con las que puede jugar y otros objetos esféricos que puede manipular pero no patear, como un cuenco lleno de naranjas.

Ahí está el meollo del asunto. Llamar a nuestro mundo “centrado en lo humano” puede ser impreciso, porque en realidad es un mundo centrado en el humano adulto. Está lleno de reglas arbitrarias creadas por adultos, para adultos, pero que se aplican también a niñas, niños y animales. Esperamos que aprendan ciertos comportamientos, pero esos comportamientos suelen venir cargados de excepciones: sí, trae objetos de madera aquí, pero no allá; sí, juega con una pelota de cierto tipo, pero ignora otra que no lo es tanto.

Después de más de diez años trabajando en diseño centrado en animales, he aprendido a hacerme mejores preguntas, desde la perspectiva del animal—o en este caso, de mi hijo pequeño—en lugar de mi experiencia adulta. Hacerlo convierte la crianza en una alegría, porque no solo me permite entender rápidamente su manera de ver el mundo, sino también valorar que, aunque tanto perros como bebés eventualmente logran navegar estas sutilezas, no deja de ser un sistema arbitrario... o, a veces, un poco absurdo.